Ello dependerá de la calidad de las políticas de estabilización que emprendan las autoridades monetaria y fiscal y la rapidez con que actúen.
Mientras el mundo contempla cómo evoluciona la crisis financiera en EE.UU., cómo esta arrastra los mercados accionarios, desvaloriza monedas y hace caer los commodities, nadie se atreve a arriesgar su prestigio anticipando lo que viene. Menos cuánto puede durar la tormenta y cuál será la profundidad de la crisis.
Lo que sí está claro –habiendo transcurrido más de un año desde que explotó la bomba- es que el impacto en el sector real hasta ahora ha sido muy acotado, pues el ritmo de actividad en el país del norte y en el resto del planeta demuestra ser más dinámico de lo esperado. Un rol crucial han jugado los bancos centrales de las principales potencias, cuya ágil respuesta ofreciendo generosa liquidez, ha resultado ser muy efectiva para calmar los temores y sostener entidades. Esto alienta expectativas de que la economía mundial saldrá bien parada de este terremoto.
En Chile
En nuestro país, la pregunta de cómo esta crisis importada nos afectará, también ronda en el ambiente. Porque nerviosismo hay, según evidencian las plazas bursátiles y el tipo de cambio: el índice de las 40 acciones favoritas de la bolsa acumula un retroceso de casi 5% en 3 días, mientras que el dólar suma $18,5 en iguales jornadas.
Pero, a diferencia de lo que se observa en EE.UU., donde la Reserva Federal efectivamente sale al rescate del sistema financiero e inyecta toda la liquidez necesaria para evitar el pánico, y el gobierno del presidente Bush anuncia paquetes de estímulo que van directo al bolsillo de la población, acá nunca hay certeza de que el Banco Central o Hacienda concretarán el respaldo que se necesita. Por el momento José de Gregorio y Andrés Velasco han dado señales de seguir la crisis norteamericana de cerca, repitiendo que la economía chilena nunca ha estado mejor preparada que ahora para enfrentar las turbulencias y que estamos capeando bien el temporal.
Pero en Chile ya se aprendió que los colapsos externos pueden costar muy caro, por lejanos que se encuentren. Esta verdad se hace incuestionable al mirar lo que sucedió a partir de la crisis asiática, la que poco y nada debió impactar en Chile, pero que fue tan magistralmente mal manejada por las autoridades económicas, que derivó en una brutal especulación y más tarde en una innecesaria y prolongada recesión.
De hecho, ha transcurrido una década y aún quedan miles de pequeñas y medianas empresas entrampadas en deudas originadas por la irracional contracción monetaria impulsada por Carlos Massad, el presidente del banco Central en esa época.
¿Acaso alguien se imaginó que la baja tasa de desempleo de 1997, que promedió 6,1%, no volvería a repetirse en los siguientes 11 años? La mayoría de las Pymes de esa época, que sustentaban esa reducida desocupación, ya no existen o se encuentran fuera del circuito financiero y del aparato productivo.
Es de esperar, por lo tanto, que las actuales autoridades no cometan los errores de sus antecesores ya que, a diferencia de 1997, cuando las empresas gozaban de muy buena salud y la economía completaba su década de oro, con un crecimiento promedio de 8% anual, en esta oportunidad el sector privado no está boyante, salvo los grandes grupos económicos.
Así las cosas, cuánto afecte esta crisis a la economía chilena dependerá de la calidad de las políticas de estabilización que emprendan las autoridades monetaria y fiscal y la rapidez con que actúen. Aquella afirmación de que el país está bien preparado para enfrentar la crisis financiera internacional, se refiere casi exclusivamente al elevado ahorro con que cuenta Hacienda y a las abundantes reservas del Central.
Fuente:
Estrategia