Hasta ahí, no había nada extraño: las pozas son comunes en las rocas del desierto y la erosión ha esculpido formas mucho más caprichosas que ésas a lo largo del tiempo.
La sorpresa llegó después. Un examen detallado de estas pozas -y del entorno rocoso- reveló una inquietante imagen: aquellos huecos que horadaban el suelo eran huellas de dinosaurios, y había centenares de ellas.
Hace 190 millones de años, los gigantescos reptiles se habían amontonado en aquel lugar por algún motivo. Saurios de distintas especies y distintos tamaños; madres y crías, todos se concentraron en este lugar, probablemente repetidas veces a lo largo de sus vidas.
"Esto me recordó a una especie de salón de baile de dinosaurios, tal es la cantidad de huellas y de variedad", comenta Marjorie Chan, profesora de geología y geofísica en la citada universidad. "Aquí tuvo que haber más de una especie. Está claro que era un lugar que atraía a grandes masas", añade.
Así lo describen los entusiasmados investigadores en la revista internacional de paleontología 'Palaios'.
Muy pronto los geólogos se percataron de que lo que los prehistóricos animales habían ido a hacer a aquel lugar era algo tan sencillo como beber. La zona, ahora declarada Monumento Nacional de Vermilion Cliffs, era una charca en medio de un enorme desierto mayor que el del Sahara actual.
Durante el periodo Jurásico temprano, el Suroeste americano estuvo cubierto de grandes dunas de arena (la Tierra estaba dominada por un único supercontinente llamado Pangea en el que esta zona se situaba en los Trópicos). Y entre ellas, esporádicamente, charcas donde bebían los animales.
A partir del análisis de las icnitas (huellas fosilizadas), los geólogos identificaron al menos cuatro especies distintas de dinosaurios, con huellas que van desde los dos a los 50 centímetros. La cantidad era abrumadora: en algunas zonas se concentra hasta una docena de huellas por metro, aproximadamente. Lo habitual, dicen los autores del estudio, es que los yacimientos no presenten más de 10 ó 12 en total.
Entre las más de mil huellas encontradas se escondían mayores sorpresas, como los rastros de la cola de los dinosaurios. Estas marcas, de seis centímetros de ancho y más de siete metros de largo, indican un movimiento de arrastre y suponen una auténtica rareza paleontológica, pues hay menos de una docena en todo el mundo. En este pequeño punto geográfico, sin embargo, y sólo en las zonas exploradas, la tierra guardaba cuatro de ellas.
"Los dinosaurios no solían caminar arrastrando sus colas", justifica Winston Seiler, entonces alumno de la Universidad de Utah.
RESULTADOS POLÉMICOS
Pero los resultados científicos no suelen ser definitivos, y la noticia no ha sido del todo aceptada entre los paleontólogos. Algunos de ellos sostienen que los hoyos del suelo son efectivamente pozas producidas por la erosión y que cualquier forma más allá de este hecho geológico parece resultado de la imaginación.
No obstante, los autores del estudio consideran tener argumentos suficientes para defender su tesis.
En primer lugar, el tamaño de estas "pozas" coincide con el de las patas de los dinosaurios. En segundo lugar, los hoyos muestran marcas "claramente parecidas" a las distintas partes de las patas de los animales (la punta, el talón, etc.). Otro de los argumentos que presentan es que en numerosas zonas las huellas están superpuestas, lo que indica que los dinosaurios caminaron sobre sus ellas repetidas veces.
En cualquier caso, la erosión siempre estará presente, recuerdan los geólogos. Algún día, también estas huellas desaparecerán, advierte Seiler.
La sorpresa llegó después. Un examen detallado de estas pozas -y del entorno rocoso- reveló una inquietante imagen: aquellos huecos que horadaban el suelo eran huellas de dinosaurios, y había centenares de ellas.
Hace 190 millones de años, los gigantescos reptiles se habían amontonado en aquel lugar por algún motivo. Saurios de distintas especies y distintos tamaños; madres y crías, todos se concentraron en este lugar, probablemente repetidas veces a lo largo de sus vidas.
"Esto me recordó a una especie de salón de baile de dinosaurios, tal es la cantidad de huellas y de variedad", comenta Marjorie Chan, profesora de geología y geofísica en la citada universidad. "Aquí tuvo que haber más de una especie. Está claro que era un lugar que atraía a grandes masas", añade.
Así lo describen los entusiasmados investigadores en la revista internacional de paleontología 'Palaios'.
Muy pronto los geólogos se percataron de que lo que los prehistóricos animales habían ido a hacer a aquel lugar era algo tan sencillo como beber. La zona, ahora declarada Monumento Nacional de Vermilion Cliffs, era una charca en medio de un enorme desierto mayor que el del Sahara actual.
Durante el periodo Jurásico temprano, el Suroeste americano estuvo cubierto de grandes dunas de arena (la Tierra estaba dominada por un único supercontinente llamado Pangea en el que esta zona se situaba en los Trópicos). Y entre ellas, esporádicamente, charcas donde bebían los animales.
A partir del análisis de las icnitas (huellas fosilizadas), los geólogos identificaron al menos cuatro especies distintas de dinosaurios, con huellas que van desde los dos a los 50 centímetros. La cantidad era abrumadora: en algunas zonas se concentra hasta una docena de huellas por metro, aproximadamente. Lo habitual, dicen los autores del estudio, es que los yacimientos no presenten más de 10 ó 12 en total.
Entre las más de mil huellas encontradas se escondían mayores sorpresas, como los rastros de la cola de los dinosaurios. Estas marcas, de seis centímetros de ancho y más de siete metros de largo, indican un movimiento de arrastre y suponen una auténtica rareza paleontológica, pues hay menos de una docena en todo el mundo. En este pequeño punto geográfico, sin embargo, y sólo en las zonas exploradas, la tierra guardaba cuatro de ellas.
"Los dinosaurios no solían caminar arrastrando sus colas", justifica Winston Seiler, entonces alumno de la Universidad de Utah.
RESULTADOS POLÉMICOS
Pero los resultados científicos no suelen ser definitivos, y la noticia no ha sido del todo aceptada entre los paleontólogos. Algunos de ellos sostienen que los hoyos del suelo son efectivamente pozas producidas por la erosión y que cualquier forma más allá de este hecho geológico parece resultado de la imaginación.
No obstante, los autores del estudio consideran tener argumentos suficientes para defender su tesis.
En primer lugar, el tamaño de estas "pozas" coincide con el de las patas de los dinosaurios. En segundo lugar, los hoyos muestran marcas "claramente parecidas" a las distintas partes de las patas de los animales (la punta, el talón, etc.). Otro de los argumentos que presentan es que en numerosas zonas las huellas están superpuestas, lo que indica que los dinosaurios caminaron sobre sus ellas repetidas veces.
En cualquier caso, la erosión siempre estará presente, recuerdan los geólogos. Algún día, también estas huellas desaparecerán, advierte Seiler.