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Top one: La ejecutiva del año

Pura meritocracia. Así se resume la historia de quien hoy es reconocida por Capital y Mujeres Empresarias como la Mejor Ejecutiva del Año. Se llama Soledad Ovando y forma parte de ese selecto grupo de profesionales que, a fuerza de entusiasmo y empeño, han escalado hasta posiciones de liderazgo y convertido a sus empresas en líderes del rubro. Atrévase con algo distinto: conozca su trayectoria y algo de su filosofía de vida. Por Paula Vargas; Producción, Bernardita del Solar; Fotografía, Macarena Achurra; Maquillaje, Javiera Arrigorriaga.
Soledad Ovando (43) no se complica. Operada de los nervios, dirían algunos. Queríamos experimentar en vivo ese estilo de administración que llevó al jurado a otorgarle –sin pensarlo dos veces– el premio a la Mejor Ejecutiva del Año, así que le propusimos un seguimiento. “Listo”, nos dijo “elijan el día y partimos temprano”. Tan temprano como esa apurada mañana, junto a la familia en su departamento en el corazón de Providencia.

“Cuesta encontrarlos a todos juntos; los tengo acá para la foto no más”, nos advierte con una sonrisa. Se refiere, por cierto, a sus hijas, Sofía (18) y Rafaela (17), y a su marido, Dagoberto Cereceda. Cámaras y grabadoras rompen la intimidad y la normalidad del ajetreo diario.

“No dimensionan mucho esto del premio; incluso una me preguntó de qué se trataba mi trabajo; quería saber qué hacía un gerente general, porque encontraba tan raro todo lo que estaba pasando. Aclaro esto porque lo que ven ellas en la casa o, al menos lo que trato que vean es a una mamá. Salimos juntas, vamos a recitales, al mall, viajamos, hablamos de cosas profundas y también banales; obvio que también nos enojamos y reconciliamos. Pero, en fin, lo que ellas ven es esa naturalidad de su mamá”, puntualiza Soledad.

Pero antes de seguir conversando hay que apurar el tranco. Su agenda viene cargada de actividades: reuniones con los gerentes, visitas a microempresarios y, más tarde, un almuerzo con ejecutivos de regiones. Entre risas, felicitaciones, debates y sucesivas presentaciones, finalmente tenemos a Soledad sentada tras su escritorio y con el mismo entusiasmo de las primeras horas del día.


De lo humano y lo divino


Cigarrillo en mano, se pone cómoda para iniciar la conversación. Lanza su primera afirmación: “si hay algo que debemos tener muy claro las mujeres es que esto de querer ser mamá perfecta, esposa perfecta y ejecutiva perfecta... no existe. Hay que aprender a reconciliarse con una misma por hacer las cosas que quieres hacer y donde vas a ser feliz, y para ello hay que optar: o haces una cosa y dejas otra o viceversa; no se puede tener todo. Por eso hay que tratar de tener una familia que te acepte como eres… Me encantaría que todos pudiésemos estar a las 3 de al tarde en la casa, pero ese mundo no existe y si me preguntas cómo he sido feliz, la clave ha sido entendiéndonos y poniendo cada uno algo de nuestra parte”.

No sabe decir con exactitud si existe una receta para compatibilizar familia y trabajo, pero lo que a su juicio sí es importante es el respeto que cada miembro del clan familiar siente por las opciones del otro. En su caso –admite– se dio de forma casi natural, pero advierte que “hay cosas que tenemos que resolver como, por ejemplo, el hecho de que las madres estén un tiempo importante con sus hijos al comienzo de sus vidas, sin que ello te impida que puedas desarrollarte profesionalmente, sin dejar de cumplir tu rol de mujer y madre”.

Es que para Soledad es clave una mayor integración de la mujer al trabajo, por el aporte que puede llegar a entregar en una organización. Considera que la sensibilidad y la forma de ser del género siempre son un plus que hay que mantener y fomentar en los altos cargos gerenciales. Aunque tiene claro que eso no es tan fácil; menos, en un mundo que se maneja con códigos muy masculinos y donde muchas mujeres caen en la tentación de tratar de imitarlos.

“Para mí esa no es una opción. Ante todo soy mujer, y a mí me tienen que aceptar como soy. Eso no me hace menos capaz, menos inteligente, ni menos clara a la hora de tomar decisiones, pero mi forma de enfrentar el trabajo es con cariño y demostrando mis afectos. Por mucho que tengamos que abordar el mayor de los problemas en la empresa, si yo veo a un trabajador o ejecutivo agobiado, siempre me voy a tomar cinco minutos para saber qué le pasa. De eso se trata también mi pega, de humanizarla, y en eso no transo”, sentencia.

El primer obstáculo

Soledad Ovando aprendió esta lección desde muy joven. Estudió una carrera considerada para hombres, como es ingeniería civil industrial. En su caso, en la Universidad de Chile. “Fue súper duro para mi enfrentarme a esta realidad. Venía de un colegio de monjas (Carmen Teresiano) muy chiquitito y llegué a esta tremenda universidad, llena de hombres, y además en un entorno un tanto hostil”, recuerda.

Atrás habían quedado las épocas de buenas notas y reconocimientos por sus logros escolares. “Me acuerdo de que en la primera prueba me saqué un 1,5... ¡y había estudiado como china! O sea, con suerte puse bien el nombre”, comenta tomándose la cabeza con las manos. Fueron épocas difíciles y, cuando la situación se hizo cuesta arriba, incluso evaluó cambiarse de facultad, a otra donde hubiese más mujeres. Pero también fueron esos episodios los que forjaron su carácter y le enseñaron a manejar sus frustraciones.

Después de esta intentona de “escape”, en el tercer año de la carrera le tomó el gusto, se hizo de un buen grupo de amigos y de ahí en adelante su vida se transformó. Mirando hacia atrás, Soledad no duda en decir que fueron los mejores años de su vida. Es que mientras estudiaba también optó por hacer familia. Se casó con su primer marido y pronto tuvo a sus dos hijas. “Fue una época preciosa, en que me tocó vivir la vida como era, no más. En la universidad no había pre natal ni post natal. Seguí estudiando con apoyo de mis padres y con los pocos recursos que una pareja joven podía tener mientras estudiaban, pero nunca lo pasé mal, nunca he tenido la sensación de haberme sentido agobiada o superada, sólo tengo buenos recuerdos”, cuenta con entusiasmo.



Los primeros 10 K


Ya con el título bajo el brazo, Soledad hizo su práctica en el ministerio de Salud. A esas alturas no tenía mucha claridad sobre en qué tipo de empresas quería hacer carrera, sólo tenía la certeza de que debía ser relacionada con el tema social. Sin embargo, al poco andar se dio cuenta de que el sistema de salud no era lo suyo, y optó por renunciar. No pasaron muchos días cuando supo de un proyecto en BancoEstado para el cual necesitaban jóvenes asesores. “No tenía mucha idea de a lo que iba, y claramente un banco tampoco tenía mucho que ver con el tema social que yo andaba buscando, pero me quedé y me encontré con un equipo espectacular, que es el que en esos años estaba armando el proyecto de BEME”, explica.

La partida no fue fácil. Pronto la enviaron a una asesoría a otra área del banco donde sentía que no había la misma mística ni adrenalina del equipo de microem-presas. Fue tal su decepción, que justo el día en que le pagaron su primer sueldo decidió que no se lo merecía y llamó a Jaime Pizarro, quien la llevó a BEME, para contarle que se iba. Ese mismo día, Pizarro conversó con ella y no dudó en reintegrarla al área de microempresas.

A poco andar, el directorio de BancoEstado, presidido entonces por Andrés Sanfuentes, aprobó el proyecto y, sin celebración de por medio, este equipo de 10 jóvenes profesionales puso el pie en el acelerador para dar forma a lo que hoy es una de las filiales más exitosas de la firma estatal.

Nada mermó su entusiasmo, ni siquiera las apuestas de algunos que explícitamente manifestaban que el proyecto de microempresas estaba destinado al fracaso. “No era difícil encontrar ese tipo de comentarios. Antes, nadie creía posible que un banco pudiese hacer un programa para financiar microempresarios y que le fuera bien. Además, en ese tiempo la gente no tenía muy buena impresión del banco y menos, de este tipo de clientes”, agrega.

Soledad quedó a cargo de Procesos y Tecnología, área que posteriormente se convirtió en una gerencia. Pero esta ejecutiva desde un comienzo estaba destinada a grandes cosas. Confiesa que nunca fue su meta llegar a ser algún día gerenta general de alguna empresa. “Jamás se me habría ocurrido algo así. De hecho, siempre pensé en dedicarme a la consultoría o cosas por el estilo; por eso soy una agradecida de la vida y de esta empresa que creyó en mí y me dio las oportunidades. Porque si hay algo que yo tengo claro, es que este premio no sería posible sin BEME”, enfatiza.



El gran salto


Tras más una década creciendo a tasas impresionantes en número de clientes y colocaciones (ver gráficos), finalmente en 2007 Soledad Ovando asumía en pleno la gerencia general de Banco Estado Micro Empresas, tras el retiro de Jaime Pizarro. Sintió esta designación como una verdadera prueba de fuego. Llegaba la hora de demostrar que se la podía. “Fue un momento bien particular, de mucha emoción, pero también confieso que estaba algo asustada. Hace tres años BEME ya era una empresa exitosa y, si tomaba una mala decisión, también me podía ir al tacho con toda mi carrera profesional… pero junto a todo mi equipo cumplimos las expectativas y seguimos creciendo”.

Lleva 14 años en la firma y dice que nunca se ha planteado cambiarse a otra empresa.

Soledad no comulga mucho con esa premisa de los profesionales de hoy, que dicen que no es bueno permanecer mucho tiempo en una misma compañía. Es una convencida de que su trabajo y las metas que se imponen año a año hacen de BEME una empresa nueva día a día. Todos los años está tras un sueño distinto. “Si hoy tenemos la meta de llegar a los 400 mil clientes, antes descubrimos que había que implementar tal modelo de excelencia en gestión de modo que nosotros, una empresa pública, pudiéramos ser certificados, y lo hicimos… La misma obsesión me dio cuando obtuvimos el premio nacional de la Calidad y después, cuando fuimos por el iberoamericano de la Calidad”, cuenta.

La lista de galardones es larga, y tras ella está la mano de Soledad Ovando quien, junto al grupo que partió con este proyecto, armaron una empresa centrada en las personas, espíritu que hoy se ha extendido hacia los más de mil trabajadores de todas sus sucursales.

A estas alturas son como un matrimonio: están en las buenas y en las malas. Han sorteado varias crisis, pero ninguna como el terremoto de febrero pasado cuando, al día siguiente de la catástrofe, faltaba por encontrar a 100 trabajadores de la red. “Fue el episodio más terrible que me ha tocado vivir: no saber dónde, ni cómo está tu gente, armar oficinas de emergencia, poner avisos de búsqueda por todas partes, tomar y echar para atrás decisiones de un momento a otro, despedir a las delegaciones que iban a apoyar a nuestros trabajadores en el sur y a ocuparse de los 40 mil microempresarios que tenemos en esa zona”...

Hoy sus metas están centradas en hacer de Chile una potencia microempresarial. No sólo quiere que sus clientes puedan acceder al sistema financiero, sino también que sean más competitivos, para que generen más ingresos y tengan mayor bienestar. En ese plan está. “Tenemos la gran posibilidad de cambiar el país, ese es nuestro sueño y queremos hacerlo y, a diferencia de otras instituciones, tenemos esta responsabilidad porque somos el Banco del Estado”, concluye entusiasmada.





Fuente: Capital

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