Los miembros del G-7 se pusieron este fin de semana en Reino Unido una medalla a la demostración de unidad. En un contexto de polarizado debate entre austeridad y estímulos, los ministros de Finanzas lograron crear un frente común contra la evasión fiscal a gran escala, impulsado por la Presidencia británica. Aunque los acuerdos específicos están lejos de materializarse, el consenso fue tal, que el anfitrión, George Osborne, confía en que la reunión del Ecofin permita progresos significativos.
Como foco dela polémica de cuestionadas prácticas de escapismo tributario de gigantes como Google, Amazon o Starbucks, el objetivo de Londres comienza en la propia Unión. El Gobierno quiere que todos los países comunitarios se sumen a un proyecto piloto que lleve a las autoridades fiscales a intercambiar datos para detectar información sospechosa acerca de potenciales rupturas de la ley en las dos vías de referencia. Estados como Alemania, Francia, Italia o España han accedido ya a este protocolo, pero la clave está en las plazas empleadas por las grandes corporaciones. De momento, Luxemburgo ha expresado su interés en participar, pero otras señaladas reiteradamente por sus bajos impuestos, como Austria, tienen todavía por aclarar su posición.
De ahí el renovado interés que despierta el informe que, a petición de Reino Unido, prepara la OCDE para examinar la viabilidad de medidas que permitan hacer frente a las estrategias de las multinacionales para localizar sus beneficios en paraísos fiscales. Las estimaciones preliminares se darán a conocer en la reunión del G-8 que se celebra el mes que viene en Irlanda del Norte y el análisis definitivo se espera en el G-20 del próximo septiembre.
Aun así, la cita celebrada este fin de semana en un palacete en el condado de Buckingham es en sí misma un importante progreso para promover una estrategia global. Las expectativas eran ya notables al tratarse de un encuentro que reunía específicamente a un G-7 que, habitualmente, se convoca en paralelo alas cumbres del G-20 o del FMI.
Una particularidad que revela el punto de inflexión en el que ha entrado la economía mundial, cada vez más dividida en dos frentes representados en esta negociación.
Por un lado, Alemania, Reino Unido y Canadá constituían los abogados dela austeridad,los defensores de los recortes y la rectitud fiscal como única vía para alcanzar la luz al final del túnel de la crisis. Por el otro, Estados Unidos, Francia y, ahora, la última adquisición del frente, Italia, ejercen como baluarte de los estímulos. Ambos bandos tienen sus ejemplos de éxito, Berlín, en el caso de los partidarios de los ajustes; y Washington, por parte de quienes reivindican flexibilidad.
El secretario de Estado norteamericano, Jack Lew, dejó clara su visión: la economía crece más cuando existen estímulos al gasto por parte del Gobierno. El alemán Wolfang Schäuble encontró la horma del zapato en George Osborne, quien ni a pesar de tener a las autoridades del Fondo advirtiéndolo de que “juega con fuego” con la austeridad está dispuesto a modificar una hoja de ruta basada en tijeretazos y subidas de impuestas. Aun así, el ministro germano se animó a una invitación al entendimiento y aseguró que, aún dentro de los ajustes fiscales, hay “espacio de maniobra”.
Una vez más, Japón logró superar la cumbre sin ver censurada la ultra flexibilidad de sus políticas monetarias. Sin embargo, el cerco se cierra sobre la Abeconomía del desde diciembre pasado primer ministro, Shinzo Abe.
Estados Unidos ha advertido de que debe respetar las reglas monetarias. En Washington consideran que Tokio está rozando los límites de los acuerdos internacionales y el FMI ha mostrado su preocupación acerca de una estrategia criticada por la agresividad de una devaluación que aspira a revertir la tendencia deflacionista nipona a partir de una recuperación basada en las exportaciones.
Fuente: El Economista