El bajo nivel actual de la inflación en la Eurozona se debe principalmente a las grandes brechas de producción, el enfoque restrictivo centrado en la inflación general, el desapalancamiento a raíz de la crisis y un injustificado optimismo en el pasado.
El futuro tampoco augura nada bueno para la inflación en la Eurozona: el lastre fiscal se reducirá pero no se invertirá para favorecer el crecimiento, la alta tasa de desempleo ejercerá presión sobre los salarios durante los próximos años, la economía mundial no parece que se vaya a fortalecer en 2014, los problemas estructurales impiden en parte el gran crecimiento necesario para reducir el desempleo, y la desinflación es un fenómeno que se retroalimenta, especialmente en una unión monetaria. El BCE intentará impulsar la inflación de forma cada vez más desesperada: el desapalancamiento de los hogares y las empresas está lejos de haber terminado, un recorte del tipo de interés de los depósitos únicamente tendría un impacto limitado, el mecanismo de tipos de cambio podría funcionar hasta cierto punto (aunque depende también de las actuaciones de otros bancos centrales más moderados), y al BCE le resulta políticamente difícil alcanzar un consenso oportuno acerca de la toma de medidas no convencionales.